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El taekwondista del Siglo XXI

Escrito por el Maestro Senior Mariano Jäger VIII Dan

La historia de las artes marciales esta indeleblemente asociada a la épica de las batallas en Oriente. El desarrollo de técnicas y estrategias de defensa tuvo lugar para que los débiles pudieran defenderse de los más fuertes y para la defensa de valores, ya sean estos buenos o malos a ojos del evaluador.
Hoy, lo que a la mayoría de los practicantes de artes marciales tradicionales parece deslumbrarnos en un principio, además de las ceremonias y el protocolo, parece ser el increíble poder que tienen las técnicas cuando son correctamente ejecutadas. La mera idea de que los golpes y las defensas realizados con las manos y los pies sobre bolsas, focos, palmetas y otros dispositivos pudieran impactar sobre un cuerpo humano nos causa escozor.
Cuando vemos a alguien con su Dobok níveo y su Ti bien atado posicionarse en forma correcta frente a una bolsa, un ladrillo, una madera o cualquier objeto y prepararse para golpearlo o romperlo, sentimos que algo de la adrenalina que esa persona está sintiendo la sentimos nosotros también. Su poder lo sentimos y nos concentramos hasta que le pegue y conozcamos el resultado. Si lo rompe o golpea correctamente sentimos o compartimos la descarga de adrenalina y después nos relajamos. Si no lo rompe, se lastima con el impacto, claudica su muñeca, su tobillo o cualquier parte de su cuerpo compartimos por un cortísimo tiempo su dolor. Nos imaginamos lo que le debe doler. Si en lugar de todo lo anterior percibimos que el estudiante o el experto, se prepara sin la tensión necesaria, no concentra la atención en el blanco y cuando ejecuta la técnica lo hace sin el espíritu indomable, necesario nos decepcionamos. Creemos que es lógico lo que pasó.
El entrenamiento físico es una condición necesaria para poder desarrollar las técnicas de Taekwon-do, pero no suficiente. Si el entrenamiento no se acompaña con el desarrollo del espíritu para poder desarrollar poder en las técnicas, el camino en las artes marciales es muy corto. Cuantas veces nos preguntamos, ¿cómo es que un enclenque o persona tan pequeña como la que estamos observando ejecuta sus técnicas con tanto poder? Más allá de excepcionales casos particulares, el desarrollo y el entrenamiento del poder están íntimamente relacionados con la forma y del entrenamiento.
Quienes comenzamos la práctica de las artes marciales hace muchas décadas hemos visto cómo ha cambiado, y no digo evolucionado, en muchos casos la práctica. Hago un alto en el camino para explicar porque digo cambiado. En la década del 70 comenzar la práctica de un arte marcial era una rareza asociada a la búsqueda de la defensa personal. Ni que hablar en períodos anteriores en que el entrenamiento era para defender la vida en los frentes de batalla o para la conquista. En todos los casos el objetivo era convertirse en un artista marcial, con todo lo que eso implica: principios, honor, orgullo y tantas otros cosas simbolizadas en los cinco principios del Taekwon-do y sus deberes del estudiante . A esto se unía la indeclinable necesidad de la práctica épica de la lealtad.
Para poder ejecutar las técnicas correctamente y con la mayor potencia posible, además de la capacidad atlética había que realizar prácticas de acondicionamiento del cuerpo: fortalecer los nudillos y la punta de los dedos para poder impactar, acondicionar los antebrazos y las tibias para soportar los impactos al ejecutar las defensas, endurecer los cantos de las manos para poder golpear o defender con poder, y por sobre todas las cosas mientras todo esto sucedía “templar el espíritu”, esforzarse para ser un Hwarang-Do . Todo esto sumado a la práctica de las técnicas hacía que el estudiante se convirtiera en un eterno buscador, ya sea del poder de sus impactos como de su capacidad de soportar el dolor.
Lamentablemente el conocimiento de los daños en nuestros cuerpos era mucho menor que el que tenemos hoy, pero el temple era un objetivo.
La faz deportiva irrumpió en las artes marciales irrefrenablemente a mediados de la década del 80 y, particularmente en el Taekwondo cobró un auge imparable.
En la década del 70, como consecuencia del enfrentamiento político entre Corea del Norte y Corea del Sur a nivel mundial, se desprendió de la International Tae Kwon-Do Federation (ITF) presidida por el Gral. Choi Hong Hi la World Taekwon-Do Federation (WTF).
La WTF se estableció en mayo de 1973 con la misión de promover, ampliar y mejorar la práctica del Taekwondo, como deporte olímpico y paralímpico, así como también el juego limpio, el desarrollo de la cultura y los valores deportivos. Como objetivo secundario al deportivo se impulsaría el aprendizaje de técnicas de defensa personal.
En el año 1980 el Comité Olímpico Internacional (COI) reconoció a la WTF y su Taekwon-do como deporte de exhibición para los juegos olímpicos que se llevarían a cabo en Seúl en 1988. Catorce años después el Taekwon-Do de la WTF fue adoptado como deporte oficial para los Juegos Olímpicos de Sydney 2000 y el Comité Olímpico Internacional (COI) confirmó al Taekwondo de la WTF como deporte olímpico para los Juegos Olímpicos de Atenas 2004.
La evolución de la WTF tuvo un fuerte impacto en la forma de práctica del Tae Kwon –Do de la ITF. La competencia, que hasta ese entonces era solo una parte menor del entrenamiento del artista marcial, paso a ocupar un rol cada vez más preponderante. No se abandonó por completo la práctica de las técnicas excluidas en la competencia, pero cada vez se hizo más hincapié en la incluidas y menos en las excluidas por el reglamento (barridos, agarres, palancas, técnicas con el canto de la mano el reverso de los puños, ganchos, retenciones, torceduras, ataques sobre puntos vitales, golpes con los codos, etc.). A la luz del paso del tiempo vemos que se produjo una espiral descendente en el conocimiento y la búsqueda de la variedad y letalidad de las técnicas. El objetivo de muchos en su práctica pasó de la defensa personal y la finalización del combate con un golpe a buscar hacer puntos válidos en la competencia.
El acondicionamiento físico y mental deportivo han pasado a ser el objetivo del entrenamiento. Han suplantado al endurecimiento del cuerpo para resistir los golpes y al espíritu indómito del artista marcial.
La creciente importancia relativa de la competencia en la práctica diaria produjo un espiral descendente del conocimiento de técnicas de Taekwon-Do como arte marcial por parte de las generaciones de instructores y maestros que han transitado el camino con la competencia como centro. El resultado es que los nuevos instructores y maestros, avezados en la competencia, forman estudiantes competidores y no artistas marciales. Las clases se hacen con protectores, palmetas, escaleritas y otros adminículos, no se pone como objetivo endurecer el cuerpo ni templar el espíritu, no se entrenan los nudillos, ni endurecen los antebrazos o las tibias con el objetivo de resistir los impactos y templar el espíritu. Se cambió el objetivo de la práctica: de prepararse para la guerra o la defensa de la vida a superar contrincantes en una competencia.
La situación antes descripta se refleja en los exámenes de todas las categorías, de 9° Gup a 8vo Dan. Los Grandes Maestros y Maestros Senior examinadores solicitan a los estudiantes que demuestren sus habilidades como aristas marciales: técnicas de 1; 2 y 3 pasos, lucha libre, defensa personal, rotura de maderas y conocimiento teórico. Todo es evaluado con los ojos de quien debe decidir si el estudiante ha recibido instrucción de defensa como para resolver situaciones en las que su vida, o la de otros, debe ser defendida en el marco de los principios del Taekwon-do. El choque se evidencia cuando el entrenamiento recibido por el estudiante ha sido netamente deportivo. El evaluador, sobre todo al examinar categorías de 1er dan en adelante, exige arte marcial y al estudiante se le ha enseñado un deporte. Un ejemplo claro de esta situación es cuando el estudiante falla en el rompimiento de una tabla con una técnica. Para él esto significa obtener menor calificación, perder una competencia o simplemente fallar para volver a probar. Para el examinador acaba de perder la vida.